Una vez escuché salir de la boca de Aloma la expresión «follahermanas«, quizá sea hoy el momento para volver a definir el término desde el punto de vista de una distribución urbanística mejorable, como si a los personajes se les cambiara el nombre con una especie de código secreto (al modo de las historias de H.P Lovecraft o el Código de Julio César) que permiten identificar las apariciones solo a una logia de entendidos y así desenredar la maraña de espejos y personas, de personajes y reflejos que Aloma construye con una cierta malicia infantil.